Familia y pantallas:Aliados con la tecnología para educar a nuestros hijos
La manera en que la tecnología digital transforma la vida familiar no está únicamente relacionada con las costumbres tecnológicas de cada casa o de cada generación. También ha revolucionado la forma en que percibimos la ‘calidad’ de la paternidad propia y ajena. Surgen nuevos roles entre padres e hijos, nuevos vínculos, nuevos prejuicios, nuevos límites, nuevas conversaciones, nuevos conflictos, nuevas críticas y nuevos elogios.
Pensar en niños, adolescentes y tecnología es invocar una cascada de términos y conceptos casi siempre negativos. Si el enfoque es “queÌ mala suerte tener que educar en la era de internet, todo esto es tan difícil y hay tantos peligros”, se habla de tiempo de pantalla, contenidos in-adecuados, pornografía, falta de privacidad, sobreexposición, adicción, distracción, aislamiento, acoso, grooming, sexting, peor salud mental, menos bienestar, peor descanso... Por otro lado, si el enfoque es “nos guste o no, existe la tecnología, así que tenemos que aprender un poco sobre ella y los niños tienen que usarla”, entonces se habla de aspectos de la sociedad actual y futura que marcarán la vida personal y profesional de esos niños y adolescentes: competencias digitales, nuevos empleos, inteligencia artificial, realidad virtual, algoritmos, internet de las cosas, pensamiento crítico, ciberseguridad, fake news...
De esta dicotomía en cuanto a familia y tecnología surgen, sobre todo, preguntas. ¿Cuánto tiempo de pantalla es demasiado? ¿Cuándo deben tener móvil mis hijos? ¿Son adictivos los videojuegos? ¿Afectan las redes sociales a los adolescentes? ¿Qué podemos hacer para educar con cordura y responsabilidad en la era digital? ¿Qué tiene que saber mi hijo de cara al futuro? ¿Cómo le protejo de los peligros de Internet? ¿Qué debo saber yo para educarle mientras crece? ¿Nos está separando la tecnología?
Ser padres en tiempos de Internet
A tenor de las noticias, parece que solo tenemos dos opciones: estar del bando de los peligros y considerar a las pantallas como el enemigo número uno de las familias, o apostar por las habilidades que nuestros hijos deberían desarrollar para poder convivir con la tecnología en sus vidas. Y así, o nos tachan de ingenuos, crédulos de mensajes oportunistas y malos padres porque les dejamos hacer de todo con los dispositivos y la Red, o nos califican de híper controladores y ‘antiguos’ porque no les dejamos interactuar con ninguna pantalla.
Pero es que hay un término medio. Y sobre todo hay una necesidad latente de incorporar la tecnología a la educación que damos a nuestros hijos. No por alfabetización ni capacidades ni barrera ante el peligro, sino por responsabilidad. Las dudas que con más frecuencia tenemos en cuanto a los menores y las pantallas tienen que ver con tiempo excesivo, contenidos inadecuados o problemas personales y sociales derivados de la tecnología. Pero en realidad, la pregunta que tenemos que hacernos madres y padres tiene que ver con qué dinámicas familiares utilizamos o deberíamos utilizar para potenciar un buen uso de las pantallas. Igual que buscamos la mejor forma de conseguir que coman sano, hagan deporte, respeten a sus mayores, recojan sus cuartos o se responsabilicen de sus tareas. Los niños perfectos no existen. Los padres perfectos tampoco. Así que de lo que se trata es de intentar. De ponerse el calzado adecuado para el camino.
Marcarse este propósito no tiene que ver con protegerles de los peligros de Internet ni con contar los segundos del tiempo de pantalla, ni con prohibir o dejar hacer, ni con aprender sobre informática ni con confiar en que son nativos digitales, ni con retrasar hasta los 18 años su contacto con una pantalla. Porque no se trata de dejarles hacer de todo, en cualquier momento o de cualquier manera. No se trata tampoco de prohibir las pantallas ni de instalar decenas de controles parentales para así despreocuparse de los riesgos. Se trata de hacer con la tecnología lo mismo que hacemos o de deberíamos hacer con todo lo demás. Este propósito tiene más que ver con nosotros como padres que con nuestros hijos. Tiene que ver con lo hay que hacer para conseguir lo que sí queremos que pase entre nuestros hijos y la tecnología, en lugar de pensar en lo que hay que hacer para evitar lo que no queremos que pase.
Se trata de asumir quiénes somos como ‘progenitores digitales’, qué ven en nosotros en cuanto al uso de la tecnología, pensar en cómo abordamos el tema tecnológico cuando sale -¿desde el resquemor, desde el pasotismo, desde la naturalidad, desde la convicción?-. Se trata de acompañarlos. Se trata de tomar decisiones informadas y de abrir espacios de diálogo para que esa parte de la vida (streaming, descargas, videojuegos, redes sociales, apps, mensajes, tablets, IDs, gagdets, wearables…) también puedan ‘respirarla’, contarla, preguntarla, compartirla, explicarla en casa. Se trata de normalizar inculcando hábitos saludables, mostrándoles el mundo de manera gradual y de acuerdo con su edad, favoreciendo una autonomía progresiva, tomando decisiones sensatas, informadas y coherentes, potenciando sus talentos, dando importancia al respeto por uno mismo y por los demás.
Incorporar la tecnología a la educación que damos a nuestros hijos
Así que pensemos en qué nos preocupa. Actuemos con normas y límites, demos buen ejemplo, hablemos más en casa sobre lo bueno y lo malo de la tecnología, sin sermones constantes y con escucha activa. Normalicemos el mundo de las pantallas evitando la prohibición total y también la barra libre de wifi. Incorporemos la vida digital de nuestros hijos y la nuestra propia al resto de la convivencia familiar.
Todo esto, resumido, podría basarse en cinco ideas:
- Entender la época en la que están creciendo, no para prohibir o permitir, sino para acompañar y responder a sus verdaderas necesidades.
- Asumir nuestro papel como educadores, sin delegar culpas en otras personas ni en la propia tecnología.
- Sumar cultura digital, estando dispuestos a aprender cosas nuevas sobre el mundo digital. Por nosotros mismos y por nuestros hijos.
- Potenciar una mayor comunicación en casa, sobre todos los temas y también sobre tecnología. Para evitar esa famosa brecha digital que en apariencia nos separa de nuestros hijos, nada como tender puentes y conversar.
- Normalizar la tecnología, incorporándola al resto de la educación que damos a nuestros hijos.
La Educación que queremos es la que preparará a nuestros hijos para la vida, la que pone el foco en las personas. Si queremos educar en valores, tendremos que educar con valores. Y si queremos educar en un presente que es digital, para un futuro que seguirá siendo digital, tendremos que incluir “lo digital” en la convivencia familiar. Adaptar la tecnología a nuestra familia en lugar de adaptar nuestra familia a la tecnología.
María Zabala
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