El Poder de nuestra mirada en Educación
Quisiera iniciar estas palabras con un agradecimiento a la Fundación Botín por la oportunidad y confianza que me brinda, y por haber generado un espacio de encuentro para reflexionar sobre nuestra misión de educar.
La etimología nos ofrece una doble mirada sobre la palabra educación:
Educ-ere: extraer todo lo que hay ya en la persona
Educ-are: nutrir, alimentar, comunicar, ofrecer posibilidades para que el otro pueda crecer.
Ambas miradas son necesarias para comprender el alcance de la educación y el doble movimiento que se genera en torno a ella, creando una relación entre el formador y el formando. Es en esa relación donde centramos nuestra atención hoy. Nuestra mirada queda atraída por el “nosotros”, en una relación educativa que va más allá de transmitir conocimientos, aún siendo muy importante esta faceta. Ciertamente que cada una de las asignaturas que se imparten son importantes, son un campo de juego común para aprender, pero sabemos que hay mucho más que eso. Los conocimientos y aprendizaje se entretejen con todo lo que sucede entre el tú y yo. Y es en ese entre, donde nuestra mirada tiene un impacto muy significativo.
«El docente, de este modo, está llamado a acompañar a la persona para que sea quien está llamada a ser. No se trata, pues, de hacer que la persona sea lo que el docente quiere, sino que sea en grado excelente aquello que está llamada a ser [...] Para eso, el docente tiene que dar respuesta a las características del dinamismo personal que permite el encuentro: acoger al otro y darse al otro»1.
Todos hemos experimentado, en mayor o menor medida, que educar es todo un reto, es un desafío. Supone poder despertar hambre, despertar preguntas, interés, deseos de aprender y crecer, tanto en el alumno como el docente. Y desde ese deseo, ponernos a caminar juntos para descubrir respuestas y tomar decisiones por mí mismo. Educar es sinónimo de acompañar, recorrer con el alumno un camino de encuentros significativos -también de desencuentros-, poniendo en juego ese despertar, descubrir, decidir2 que convierta al alumno en protagonista de su formación.
El encuentro se convierte entonces en el núcleo de cualquier proceso formativo, atiende a la integridad y unidad de la formación, y viene posibilitado por el diálogo y el acompañamiento. La responsabilidad del formador incluirá el despliegue de las condiciones necesarias para que esos encuentros sean verdaderamente educativos.
Y la primera condición para poder encontrarnos con el otro es nuestra mirada. Todos hemos tenido la experiencia de esas miradas capaces de sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos. Una mirada reduccionista limita, encasilla, etiqueta, tanto al alumno como al profesor; una mirada posibilitadora abre a la confianza, amplía horizontes, regala alas para poder volar y crecer juntos.
La mirada impacta en todos los ámbitos, pero especialmente en la relación educativa, en ese vínculo que estamos llamados a crear entre el alumno y el profesor. De esta manera, la primordial tarea educativa de cualquier docente es aprender a mirar. Es una tarea ineludible en cualquier proceso de crecimiento y elemento indispensable para el encuentro.
Os invito a hacer un parón en la lectura, y hacer memoria con el corazón. Tratad de recordar a alguna persona especial, que haya influido muy positivamente en tu vida. Una persona cuyo impacto en ti fue muy bueno, la recuerdas con cariño. Te miraba de una forma diferente, especial. Te sentías bien, siempre salía lo mejor de ti. ¿Cómo era su mirada? ¿Cuál era el impacto de esa persona en ti? ¿Qué despertaba en ti?
Es muy posible que palabras como ternura, limpia, sincera, incondicional, exigente, profunda, llena de confianza... puedan cualificar esa mirada especial. Y experiencias como fuerza, gratitud, seguridad, confianza, deseos de ser mejor, superación... surjan en nuestro interior como fruto de una mirada así. Verdaderamente la mirada tiene un poder grande, confiere al otro la energía para crecer, desarrollarse, ver la vida con esperanza...
Qué tiene la mirada, mi mirada, que es capaz de algo así.
Vamos a tratar de dar luz a esta cuestión a través de tres preguntas3:
1. Por qué ese poder de la mirada
2. Qué miradas encontramos
3. Qué mirada necesitamos
1. Por qué partir de la mirada
«Nuestra mirada revela el significado que tiene para nosotros la realidad, el modo como orientamos nuestra vida y la manera en que nos relacionamos»4.
La mirada sobre la realidad es lo que capto de ella, la fotografía que hago de lo sucedido, cargada no sólo de hechos o datos objetivos, sino también de impresiones, sentimientos o emociones de los que a veces no soy ni siquiera consciente. Mirarte es descubrir el valor que tienes ante mis ojos, lo que significas para mí. Puedo mirar al otro como un cliente, y puedo mirarle, además, como una persona llena de ilusiones, deseos, temores. ¿Qué veo realmente cuando miro a mi alumno, a este alumno en concreto de 16 años, con nombre y apellidos, que me reta de forma permanente en el aula? ¿Una carga, algo pesado que soportar... alguien en pleno proceso de maduración? Y más aún, ¿qué veo cuando me miro a mí mismo? Veo a alguien que tiene que dar respuestas a todo y a todos, de forma rápida, inmediata, perfecta, como si fuera un google-human... O llego a descubrirme también como docente lleno de posibilidades y limitado al mismo tiempo.
Si nos quedamos sólo en el primer significado, en lo primero que aparece ante mis ojos, podemos caer en reduccionismos que limitan a la persona a una mera etiqueta, la encierran en una idea más o menos acertada en nuestra cabeza que no la dejan ser ni crecer. Por eso es tan importante como punto de partida en toda relación educativa, preguntarnos en clave personal: ¿qué miro en ti?, ¿en qué me fijo?, ¿qué no estoy viendo de ti?
Nuestra mirada, además, es única. Un mismo acontecimiento tiene repercusiones distintas en las personas que lo viven. Miramos con ojos distintos, desde nuestra propia historia, sensibilidad, experiencia, heridas, inquietudes, y eso hace que percibamos una misma realidad con matices, interpretaciones o significados también distintos. Mi mirada es un sello de identidad, mi tarjeta de presentación: te miro, te reconozco y me relaciono contigo desde esta mirada que es personal e intransferible.
Dice Ortega y Gasset que “donde está mi pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve la otra. Somos insustituibles, somos necesarios (...) Cada vida es un punto de vista sobre el universo”5.
Cada mirada importa y la tuya es necesaria, no puedes dejar de ponerla en juego. Ahora bien, caemos en la cuenta de que las miradas de los demás también lo son: de mis compañeros, de los padres de familia, de los propios alumnos... En general, necesitamos de las miradas de los demás para llegar a descubrir juntos quién eres, quién soy. Y ni siquiera todas las miradas juntas, podrían agotar el misterio de todo ser humano. Mi mirada es necesaria y al mismo tiempo tiene que ser eminentemente respetuosa con la grandeza del otro que no cabe en una foto... o en un millón de fotos.
Esta mirada y su significado personal orienta nuestras acciones, nuestros actos, orienta toda nuestra vida, la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Mi mirada afecta al otro y a mí, nos afecta. Es decir, surgen afectos de todo tipo: miedos, alegrías, esperanzas, seguridad, gozo, remordimiento, desconfianza. Estos afectos quizás no se puedan tocar, no salen tampoco en la foto, pero sí se transmiten. Es más, el ser humano tiene un radar especial para captarlos, y a veces interpretarlos. Nuestros alumnos también. Franco Nembrini llega a afirmar que la relación educativa queda configurada en la distancia que media entre la puerta que abre el profesor y su propia mesa... en esos pasos en los que el alumno capta lo que hay en el interior del profesor a través de su cara, su expresión, su mirada.
“Mirar me interpela y afecta, yo decido cómo miro, según cómo quiero vivir las cosas, (...) mirar es una acción al servicio de la voluntad de vivir”6.
Entre el ver y el mirar, mi libertad entra en juego. Y claro que se puede, y debemos, ejercitarnos en el arte de mirar. El primer paso para ejercitarme es caer en la cuenta de cómo miro, cómo te miro. Y a partir de ahí, en qué y cómo puedo mirarte más y mejor.
En definitiva, poder ver es un regalo, aprender a mirar es nuestra responsabilidad. Nuestra mirada es la base sobre la que va construyendo mi labor formativa. Es imprescindible reconocer su poder transformador en cualquier relación, más aún en la educativa.
2. ¿Qué miradas nos encontramos en el ámbito educativo?
Muchas veces encontramos miradas que reducen la experiencia educativa a una mera transmisión de conocimientos. O que atiende solo a lo que puede ser medido, demostrado, controlado. Otras, comprobamos la facilidad de dejarse llevar por la inercia de etiquetar a alumnos, padres de familia, compañeros en la misión, limitando la relación y provocando incluso desencuentros en nuestras comunidades educativas. Etiquetas que no siempre son negativas, pueden ser sumamente positivas y también esclavizantes.
“Cuando se decreta que alguien es perfecto y siempre admirable, se le hace el peor tercio, se lo deja de entender, de pensar, de aprovechar para algo lícito y decente”7.
Ahora bien, «la educación no es nunca un problema de los jóvenes, de los hijos, de los alumnos, de los chicos, de los estudiantes. Es siempre un problema tuyo, del adulto»8.
Antes de ponernos a diagnosticar a los demás, merece la pena hacer un parón y reflexionar sobre nosotros mismos. Desvelar las etiquetas que me pongo a mí mismo, y las etiquetas que con frecuencia pongo a los demás... ¿Por qué y para qué las pongo? ¿Qué descubro detrás de ellas? ¿Qué quiero hacer con ellas?
No se trata, por tanto, de investigar qué miradas hay fuera de mí o de mi colegio, sino de reflexionar sobre la fenomenología de nuestra propia mirada como primer paso para tomar conciencia de nuestro impacto educativo.
Desde esta reflexión, es importante cualificar nuestra mirada, si tuviera que poner un adjetivo a mi mirada hoy, ¿cuál sería? ¿Cómo es y cuál es su impacto en los demás, en mis alumnos, en mí mismo, en mi propia misión educativa? Merece la pena detenerse también y preguntarnos por la mirada que predomina en nuestra institución educativa. Porque la mirada es contagiosa, no sólo tiene el poder de impactar en los demás, sino que además se expande como la pólvora, y a veces se instala en equipos directivos, docentes, dominando una sola perspectiva sobre la realidad -también sucede en una familia, entre amigos-.
3. ¿Qué miradas necesitamos?
Proponemos una mirada profunda, ampliada, de largo alcance9, que nos permita descubrir la grandeza de cualquier persona, con sus potencialidades y limitaciones, poniendo entre paréntesis nuestras primeras impresiones o pre-juicios. No se trata de prescindir del juicio, sino dejarlo abierto para que no pretenda ser la última palabra sobre los demás.
Podemos ofrecer entonces una mirada que se asombra, capaz de ver la luz que todos llevamos dentro, en medio de las sombras que también nos acompañan. Sin encallarse en el error o la debilidad. Una mirada así tiene al alumno en el centro, porque busca descubrir, no valorar ni juzgar. Esta actitud de asombro es condición sine qua non en toda labor educativa. Exige ir más allá de lo que aparece ante nuestros ojos y tomar la decisión de querer asombrarnos ante el alumno, preguntándonos qué motiva esa mala palabra, esas calificaciones, esa generosidad...
Una manera de mirar así es capaz de desentrañar el deseo de verdad, bien, bondad y belleza que toda persona lleva inscritos en el corazón, aunque a veces esté adormecido o anestesiado. O incluso se manifieste de forma malsonante, radicalizada, incómoda para el formador. Son en estas ocasiones donde la mirada del formador tiene que agudizarse más y llegar a la profundidad del corazón del alumno.
En definitiva, una mirada cordial, de corazón a corazón. Hay una expresión castellana que dice: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Si eliminamos el adverbio negativo, ¡aparece una verdad aún más potente! Ojos que ven, corazón que siente10. Si te veo en tu verdad, mi corazón queda afectado, tocado, interpelado.
Para poder mirar así, sin embargo, es necesario haberse sentido mirado así, haber experimentado en carne propia una mirada cordial. “Para poder ver, es necesario dejarse mirar”11. El formador está llamado a ser ese alguien capaz de regalar a sus alumnos una mirada transformadora, una mirada posibilitadora de encuentros significativos.
En síntesis, podríamos afirmar que nuestra mirada es al mismo tiempo un gran regalo que puedo regalar y una gran responsabilidad que debo ejercitar. Mi mirada es necesaria, de la misma manera que necesito la de los demás para descubrir juntos la grandeza y belleza de lo real, de cada alumno. Mi mirada está llamada a cambiar mi vida y la de los demás.
1 X.M. DOMÍNGUEZ PRIETO, Ética del docente, Madrid, Fundación Emmanuel Mounier, 2003.
2 GONZÁLEZ-IGLESIAS, SONIA M., El poder transfigurador del encuentro en el desarrollo integral del adolescente. Tesis doctoral. Enero 2015. Universidad Francisco de Vitoria.
3 Para ampliar, puede consultarse: GONZÁLEZ, Sonia y DE LA CALLE, Carmen, La mirada del formador como posibilitadora de encuentros formativos, recogido en TORRE Puente, Juan Carlos (coord.), Tendencias y retos en la formación inicial de los docentes, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, abril 2019.
4 GONZÁLEZ, Sonia, ECyDBook, Madrid, C.E.A.J, Universidad Francisco de Vitoria, 2012.
5 ORTEGA Y GASSET, J., El tema de nuestro tiempo — O. C., III, Madrid Coedición Ortega y Gasset.
6 GUARDINI, ROMANO, El Señor, traducido por Sergio D. Acosta, Buenos Aires:, 2000, Lumen.
7 MARÍAS, JULIÁN, Admiración exigente, en ABC (14-07-1997), Madrid.
8 NEMBRINI, FRANCO, El arte de educar de padres a hijos, traducido por Silvia Guerrero Fontana, Madrid, 2016, Encuentro.
9 LÓPEZ QUINTÁS, A., Descubrir la grandeza de la vida: Una vía de ascenso a la madurez personal, Bilbao, 2009, Desclée de Brouwer.
10 GONZÁLEZ, Sonia, ECyDBook, Madrid, C.E.A.J, Universidad Francisco de Vitoria, 2012.
11 GRANADOS, C. y GRANADOS, J.(eds), El corazón, urdimbre y trama, Burgos, 2010, Monte Carmelo.
BIBLIOGRAFÍA
DOMÍNGUEZ, X. M. (2003). La ética del docente, Madrid: Fundación Emmanuel Mounier.
DOMÍNGUEZ, X. M. (2018). El arte de acompañar, Madrid: PPC.
GONZÁLEZ-IGLESIAS, S. (2012). ECyDBook, Madrid: Universidad Francisco de Vitoria.
GONZÁLEZ-IGLESIAS, S. (2015). El poder transfigurador del encuentro en el desarrollo integral del adolescente (tesis doctoral,
Universidad Francisco de Vitoria, Madrid). Recuperado en http://ddfv.ufv.es/xmlui/handle/10641/1354
GUARDINI, R. (2000). El Señor. traducido por Sergio D. Acosta, Buenos Aires: Lumen.
LÓPEZ QUINTÁS, A. (2009). Descubrir la grandeza de la vida: Una vía de ascenso a la madurez personal, Bilbao: Desclée de Brouwer.
NEMBRINI, FRANCO. (2016). El arte de educar de padres a hijos, traducido por Silvia Guerrero Fontana, Madrid: Encuentro.