Y no es solo por un conjunto de razones científicas, sociológicas o productivas, sino fundamentalmente porque existe un argumento más central que justifica la importancia de las competencias emocionales en el desarrollo personal, académico y profesional de las personas ¿Por qué es vitalmente relevante educar en el manejo de nuestro mundo afectivo?
Pensemos. ¿De qué está hecha el alma humana? Reflexionemos sobre aquellos acontecimientos vitales que han marcado significativamente nuestras vidas. Rescatemos de nuestra memoria los sucesos, experiencias, hitos que han influido decisivamente para que seamos quienes somos, que se han escrito con negrilla en nuestra biografía existencial, y que van a "afectarnos" en nuestro proyecto vital. ¿Qué es en esencia lo que hace que tengan esta relevancia? ¿Qué materia prima constituye a estos hechos? Pensemos?
Seguramente la respuesta ha surgido casi automáticamente: emociones, afectos experimentados hacia uno mismo, o compartidos con los otros. Somos eso, seres socioemocionales, pero no sólo por estar constituidos por estas unidades psicológicas (también otros mamíferos se emocionan), sino porque como seres superiores, somos capaces de tomar conciencia de esa esencia que nos constituye, de darnos cuenta de ello, de abrir los ojos, replegarnos hacia dentro y navegar conscientemente en ese universo.
Pero además somos persona porque podemos comunicar nuestra propia humanidad. Somos potencialmente competentes para poner en común nuestras emociones y con ello influir sobre las de los demás.
Últimamente estoy reflexionando sobre la "buena educación", no con el sentido tradicional de los buenos modos y maneras sociales, sino por esa educación que nos hace más personas, que nos facilita las condiciones para aprender a ser feliz. Porque al fin al cabo, ¡qué hay más importante en la vida que ser feliz! Y la pregunta clave es ¿está preocupada la escuela por la felicidad de las personas que la habitan?
Cuenta internet una anécdota atribuida a John Lennon que fue interrogado por su maestra sobre lo que quería ser de mayor. Su madre le había transmitido que la felicidad era la clave para la vida, por lo que su lógica infantil le llevó a contestar que de grande quería ser feliz. La respuesta de la escuela fue que no entendía la tarea, y él pensó que "ellos no entendían la vida".
En los cursos de formación a docentes que imparto me gusta iniciarlos con lo que llamo el test de sicronización cardiaca-emocional, en el interés de ver cuál es el grado de preocupación del profesorado sobre la felicidad de su alumnado. En ese pretexto reflexivo les planteo sentencias que tienen que valorar como verdaderas o falsas, así por ejemplo: "Para ser un buen docente no tengo que querer a mi alumnado". "Cuanto menos implicado emocionalmente estés con tu alumnado, mejor se enseña". "Los profesores no tenemos que amar a nuestros/as alumnos/as, no somos sus padres"? Y tengo que reconocer que la respuesta más generalizada, tras generar más de una contradicción, es que educar implica establecer algún vínculo emocional con nuestro alumnado.
Porque es evidente que, y los medios de comunicación lo han descubierto hace tiempo, los vínculos emocionales definen la calidad del registro en nuestra memoria. Y por eso ninguna técnica psicopedagógica funciona si el amor no está presente. Ya lo dijo el zorro al Principito: "Domestícame". De tal modo que la conclusión es clara: Para "educar bien" hay que ser competente en amar al otro.
Por eso tiene un "incalculable valor" (y lo digo en el extenso sentido de la expresión: educativo, social, económico y hasta moral) la decisión también "valiente" de una administración educativa de incluir dentro del currículum oficial de la Educación Primaria un área denominada "Educación Emocional y para la Creatividad", para ayudar a nuestros niños y niñas a "aprender a ser felices" y para que el profesorado pueda ejercitar competentemente ese "amor educativo".
Con esta trascendente innovación el corazón emocional entra en la escuela para latir conscientemente. Sí, ya estaba, claro que las emociones siempre han estado dentro del aula. Lo que ocurre es que no teníamos en cuenta sus latidos y por tanto no era relevante desde un punto de vista educativo. Ahora hemos posibilitado "oficialmente" (está confirmado a través de su publicación en el Boletín Oficial de Canarias) un espacio en el horario escolar, una prescripción curricular para la programación de todo docente canario (del sistema público, concertado y privado), y sobre todo un lugar significativo dentro del aula, para que eso que nos define como seres humanos, nuestra capacidad para sentir que sentimos y para hacer sentir a los demás, sea objeto de aprendizaje, y por tanto de enseñanza.
Estoy plenamente convencido que ese latir emocional transformará la Escuela. A través de ese sístole y diástole afectivo, en ese doble movimiento hacia dentro y hacia fuera, la emocionalidad competencial rebosará por encima de lo establecido formalmente y terminará inundando el resto del currículum. Tendremos matemáticas emocionantes, lengua y literatura emocionales, y ciencias sociales y naturales emocionadas.
Todavía más, el río afectivo de todos esos escolares aprendiendo a emocionarse terminará desembocando en sus familias, y las hará partícipes de esa alimentación afectiva tan nutritiva.
Y aún más, ese corazón afectivo de cada alumno y alumna terminará sincronizándose con los latidos de su maestro o maestra, de forma que, a modo de transfusión emocional, el docente terminará mejorando como persona y perfeccionando su forma de amar educativamente a su alumnado.
La escuela EUTÓPICA (no utópica) ha llegado. La "buena escuela", la "escuela del bien" reafirma aún más su presencia en el horario escolar con dos "horitas" semanales dedicadas a que el alumnado tome conciencia de su mundo emocional, aprenda a gestionarlo eficazmente y se asuma como una persona creativa capaz de construir su propio proyecto vital. Esto ya está ocurriendo en todas las aulas de 1º, 2º, 3º y 4º de Educación Primaria de todo el sistema educativo en Canarias, y "doy gracias a la Vida" por ser testigo activo de ello.
Antonio Rodríguez Hernández
Profesor Titular de Psicología de la Educación de la Universidad de La Laguna. Islas Canarias. Responsable de la asignatura en el Grado de Maestro de Educación Primaria: "Educación Emocional". Asesor del grupo de diseño del currículum del área de libre configuración autonómica: "Educación Emocional y para la Creatividad".
Fotos cedidas del profesorado en formación y
el aula de “Educación emocional y para la creatividad” del CEIP VILLA DE ARICO